La epopeya imperfecta
El
fotógrafo y escritor Philippe Bordas exhibe en el Instituto Francés de Madrid
39
fotografías inéditas de Zinedine Zidane como jugador profesional de fútbol.
Por Daniel Chanona | Madrid
Al visitante aguarda estoico
su retrato gigantesco en blanco y negro, con el torso desnudo y la mirada escudriñando
el infinito. Perfil de refinado burgués con aura blanca, angelical; tierna,
humilde, elegante y eterna. Zinedine contemplando a Zidane. En mitad de la
nada, en medio del todo. Claroscuros de un pasado vivo, sosegado en formol
frente al tiempo, aún fresco; tan de ayer como de hoy y de siempre.
El Instituto Francés de
Madrid exhibe hasta el 18 de marzo la obra del fotógrafo y escritor Philippe
Bordas (Sarcelles, 1961), compuesta de 39 inéditas capturas de los últimos cien
días del marsellés como jugador profesional de fútbol, exposición que fue
inaugurada el 3 de febrero por Yves Saint-Geours, embajador de Francia en
España, y abierta al público un día después sin costo alguno.
ZZ,
Zidane con todas sus Letras recibió en privado la segunda noche de febrero al hombre
que llevó al Real Madrid a las estrellas en los años más cegadores del equipo.
A su protagonista. Al hombre de la novena Copa de Europa. Roberto Carlos, Figo,
Beckham, Raúl González o Ronaldo también eran por entonces tripulantes de la
nave nodriza, la de los ‘galácticos’. Zinedine Zidane (Marsella, 1972), desde que
en 2006 contratase a Bordas para inmortalizar su mundo en la intimidad, no había
visto aquellas procuradas y sutiles instantáneas, mucho menos impresas, en gran
formato algunas y otras más reposadas en marcos minimalistas de corte
sala-comedor. Su rostro al verlas, cuentan, fue un poema.
En el costado diestro de la
primera fotografía al desnudo de Zidane, que está apenas entrar en la Galerie du 10 del Instituto Francés, descansa
la prosa de Bordas en las 480 páginas del Chant
Furieux (Gallimard, 2014), un esfuerzo literario por dibujar en la mente
del lector sólo con palabras cada trote del ‘Zizou’ desconocido. “Consultar in situ”, avisa una discreta y
fluorescente pegatina desgastada en el anverso del libro.
De portada sobria, color
amarillo claro (cornsilk, como el de
la seda del maíz) y letras rojas, el ejemplar escrito en francés, con
traducción pendiente al castellano, desvela el inicial objetivo del esfuerzo:
la impresión de un cuadernillo voluminoso con fotografías que hablaran, tanto
del ya mítico ‘5’ madridista como del niño soñador que, vuelto caballero, se
echó al hombro una nación ávida de glorias deportivas en uno de los momentos
más lúgubres de la selección francesa rumbo al Mundial de Alemania. Un
libro-memorial, como el de Muhammad Ali.
“Arrastrado a su mundo y por
su epopeya”, escribe el autor en un texto muy noble y honesto, “de la noche a
la mañana Zidane me permite fotografiarlo todo; sus allegados, sus hermanos,
sus jornadas, los vestuarios donde nadie se aventura nunca. Como si hubiese
decidido que yo hiciese su álbum de recuerdos”, el que nunca llegó, por cierto.
El que refugió Bordas a la postre en una caja fuerte durante diez años, hasta
que, parte de un encargo inconcluso, recién desembarcó en Madrid, con Zidane
convertido en estratega del primer equipo del club de sus amores, el que le
despidió de las canchas con honores, el que le dijo ‘adiós; a bientôt, monsieur’ en la primavera de
2006.
Philippe se recuerda frustrado,
porque al finalizar la Copa del Mundo de Alemania 2006 no supo más de quien le
permitió respirarle en la nuca día y noche. Francia perdió la final contra Italia,
Zidane la figura tras golpear con la cabeza a Marco Materazzi, y Bordas sus
ilusiones.
Ni una llamada, ni un gesto,
ni rastro del amigo que meses antes fingió haber olvidado una bolsa en los
vestuarios del Santiago Bernabéu para colarle hasta las entrañas del estadio y
que le fotografiara uniformándose frente a su casillero. “Fue inédito porque
nunca posó con el torso desnudo. Le aterrorizaba”. La secuencia reviste una
parte de la pared izquierda del salón de exhibiciones, junto a los primeros
negativos del artista gráfico francés.
“Su mirada transmite una
determinación inquebrantable pero todavía no llego a captar su alcance”,
confiesa Philippe Bordas mientras rememora y cuenta sus primeros contactos con
el jugador. “No tengo idea alguna de fútbol. Sólo me gustan el ciclismo y el
boxeo. Nunca había visto un partido en directo y, de pronto, me encuentro en
Madrid, rodeado de la familia de Zidane, para su partido de despedida en el
Bernabéu”. Su voz parece cambiar, sus ojos iluminarse.
Bordas considera que fue el
elegido para afrontar el proyecto por su capacidad para fotografiar personas u objetos
en condiciones inhóspitas, con iluminación sesgada y sin tiempo para
florituras. Cámara análoga en mano, esperó al menos quince días en Madrid
acompañado de Frédéric Hermel, quien iría a por él al aeropuerto en un Twingo
“viejo, maloliente y amarillo”, recuerda en broma. El también periodista y
compatriota sería su veintiúnico contacto y fuente en la capital de España
hasta recibir la primera llamada de Zinedine Zidane, y la orden de su primera
misión: nada menos que el segundo y más importante juego para la mayoría de los
futbolistas profesionales después del debut… el del adiós.
Las fotografías y la novela
de Bordas se complementan, cohabitan en el ecosistema de los píxeles y de las
letras. Texto e imagen son en sí mismas sólo si convergen, cada cual por su
lado no es menos preciosa, pero sí menos precisa y sugestiva. La exposición
cobra fuerza y sentido si están juntas, si detrás de cada fotograma hay una
historia que lo enriquezca, que lo nutra, que lo conciba como un “maridaje
entre el texto y las palabras”, desea el autor, como “el espacio de encuentro
entre el escritor y el fotógrafo” que, por alusiones, son también uno solo.
Cuando Zidane llegó a jugar
por vez primera en la categoría dorada en Francia, un amigo íntimo de Bordas
perdió la vista en la habitación de un nosocomio parisino a causa de una
enfermedad degenerativa. Zinedine anotó el gol de la victoria aquella tarde y a
pie de cancha concedió una de sus primeras entrevistas en televisión. El amigo
de Bordas se conmovió al oírle, al escuchar en voz de los comentaristas que
estaban ante una futura leyenda, forjada en los barrios de Marsella. Él jamás
pudo verle deleitar al mundo que pregonaba su magia, su mirada, su presencia.
Philippe, después y con el
paso los años, tras recuperarse de la decepción que significó la indiferencia
de Zidane a su trabajo, le contaría a su amigo la aventura al lado de ‘Zizou’.
“Quiero verle”, le contestó a Bordas apenas terminar. “Ayúdame a que le
conozca; haz que las fotografías merezcan la pena. Cuéntame cómo es él”. Chant Furieux entonces se pondría en
marcha. El álbum que nunca llegó, vería luz en un compendio de descripciones
explícitas de cada foto arrinconada en el baúl, de cada instante retenido, de hasta
el mínimo detalle a punto del olvido. El behind
the since de una epopeya imperfecta.
“Mis fotos han dormido el
sueño de los justos durante casi diez años. En el ínterin, dicha aventura
fotográfica se transforma en una novela en la que, armado únicamente con las
palabras, he intentado trazar el retrato de este personaje heroico y
silencioso; en la que, mezclando la infancia de Zidane en los barrios de
Marsella con la mía en los suburbios de París, he puesto en palabras aquellos
gestos de fábula y he dado testimonio de esa aristocracia popular encarnada a
la perfección por Zidane”, explica Bordas.
El artista cuenta con ironía
que Zinedine fue el mejor con la pelota en los espacios reducidos porque, cuando
Zinedine era pequeño, su madre le prohibía jugar al fútbol más allá de la zona
del campo que ella podía supervisar desde la ventana de casa, lo que obligaba
al novel marsellés a desenvolverse con soltura en un palmo de terreno. ‘Zizou’,
curiosamente, fue el menos bueno de los tres hermanos con la bocha entre los
pies, no obstante, fue el único al que su padre permitió que practicase el
fútbol… hasta hacerse inconmensurable.
Hay un refugio de
melancolías en el Bernabéu, donde caben todos pero pocos entran. Solamente los
que son, fueron o serán historia del Madrid tienen reservado un sitio en el restaurante-bar
de las ‘estrellas’. Muy cerca de donde los grandes se abstraen a menudo, Zidane
pidió a Philippe Bordas capturar, posiblemente, el cromo más simbólico del
paraje: él en pie, de vaqueros, camisa blanca, rostro serio, con deportivas y
chaqueta oscura; con su mano izquierda estribada sobre el hombro derecho de un
Alfredo Di Stéfano sonriente, sentado con ambas manos sostenidas por la
empuñadura curva de un bastón, la mirada fija en el lente de la cámara, y ambos
escoltados por una monumental bandera blanca del equipo que hoy les honra
agradecido.
Para muchos, el mejor
goleador que tendría nunca el Real Madrid junto al mejor asistente que tendrá
siempre Chamartín. “Un dúo de leyenda digno de los almanaques”, cita un
letrerillo negro que recoge frases de Bordas durante el recorrido.
En blanco y negro, como todo
el tiempo retenido expuesto, el “hombre de hielo, con pergaminos de fuego, promotor
del control orientado y un zigzagueante desequilibrio en su andar” -escribe
Cristian Martinolli-, se torna humano a cada paso ante su gente. Porque a la
distancia, visto como el ‘inmortal’ que emuló el garbo del Discóbolo de Mirón
para engatillar con la zurda una pincelada cuasi
surrealista de Roberto Carlos que derivó en la consecución de la novena Champions europea para el Real Madrid,
Zinedine Zidane parecería empadronado en Venus.
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