En España a muchos solamente les importa el fútbol europeo.
A algunos aficionados les cuesta cada año digerir que en dos meses, o sea, durante el verano, no tendrán actividad las grandes ligas, incluyendo la doméstica que, pese a los desmanes directivos que involucran al Gobierno y a la federación, se presume hegemónica en los torneos continentales de envergadura.
Tres finalistas de cuna -en dos años consecutivos- ha sido su aporte a la Liga de Campeones de Europa. Se podría escarbar también en Italia, donde surgió el rival del Barcelona en Berlín, o los restantes clubes que le dieron vida a la Europa League en su vertiginoso cierre que abrazó, para no variar, a otro equipo español como monarca. Dos entes cuya burocracia y protocolos han entorpecido su impoluta proyección son las que predican, cáusticamente, con el “modelo” deportivo.
Cuando en el Viejo Continente la resaca balompédica demora en aliviarse, las justas trasatlánticas le sientan de maravilla al aficionado selectivo. Porque los hay de todas formas y colores. Los forofos, por ejemplo, cuya contribución reside en romperse la garganta cada fin de semana sin importar quién anotó el gol que tanto aúpa. Los de bufanda, con quienes es difícil dialogar hasta ponerse un distintivo del santo de su devoción; o aquellos que dicen irle al Real Madrid, mas aplauden únicamente los esfuerzos de Cristiano porque desconocen al resto de jugadores. Estos seguidores, de momento, carecen de un gentilicio en particular. Gentilicio, sí, porque, después de todo, aseguran pertenecer al linaje de sus colores. Los villamelones se cuecen aparte y están en su derecho de serlo.
Pero retomo la fiebre americana que derrite al cono sur y entibia al norte. A la Copa legendaria que aminora el egocentrismo de los monstruosos torneos de clubes europeos. Sin embargo, el hincha escrupuloso que se (mal) acostumbra a ver a Leonel Messi desde la quinta fila del Camp Nou, no valora, o lo hace en menor medida, los esfuerzos del resto de los mortales, ni le queda del todo claro que Luis Suárez, James Rodríguez, Neymar Júnior, Claudio Bravo, Ángel Di María, el “Kun” Agüero, Arturo Vidal o Edinson Cavani, por citar una minoría de élite, enaltecen con estirpe latinoamericana la memoria de históricas instituciones y a las ligas que tanto sigue; dicho sea de paso, las encumbra, year by year.
La Copa América no deja de ser deslumbrante y atractiva, porque hermana a países que en otros temas no podrían ni compartir banquillo en la parroquia, mucho menos converger en un sitio predeterminado en donde se entone, por si fuese poco, el himno nacional del contrario.
Venezuela y Colombia contraponen sus ideologías partidistas… y también comparten el Grupo C de la reyerta. Aunque Nicolás Maduro se ofusque porque Juan Manuel Santos le presta un aeronave oficial a Felipe González -el non grato peninsular- durante su reciente visita a la ciudad de Caracas.
En España, fatídicamente, esta clase de competiciones folclóricas y populares son para futboleros de cepa (y trasnochados); no cualquiera se da el lujo de llegar con demora al trabajo. Ni cualquiera paga el Plus, que lo emite en exclusiva.
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