Comienza la leyenda
MADRID, España.- Se advirtió desde hace tiempo su partida, y sin embargo,
el madridismo despertó enrarecido este domingo. Iker Casillas no era más su
capitán ni su portero. Dieciseises temporadas después de su debut con el primer
equipo del Real Madrid, ayer noche se confirmaba su fichaje al Oporto, club
histórico de la liga portuguesa que actualmente dirige el entrenador español
Julen Lopetegui, clave para que el guardameta originario del madrileño
municipio de Móstoles decidiese cerrar un ciclo en el club de sus amores, al
que llegó con tan sólo nueve años de edad, en 1991.
Adeptos y contrarios vagaron dispersos en las inmediaciones del estadio
Santiago Bernabéu durante y a la postre de la comparecencia de Casillas ante
los medios de comunicación. Porque unos lo echarán de menos, y otros porque
ansiaban su destierro. No obstante, víctimas de la incredulidad solemne o del
travieso regocijo, no hubo quien se resistiese a pronunciar su nombre. De la
tienda oficial, así como de las redes sociales del equipo, su imagen fue
suprimida al instante después de hacerse formal su traspaso.
Leyenda, mito, símbolo, emblema, traidor o topo; cual fuere el sustantivo,
la injuria, el aplauso o el adjetivo para el único futbolista del Real Madrid
que gozó la época dorada de los ‘Galácticos’, quedó claro que inmortalizado
está ya en orbe balompédico. Se dice pronto pero demoró 25 años para
convertirse, luego de su marcha, en el nuevo inmediato referente del equipo
blanco.
De 1999 a 2015, Iker Casillas fue un emblema activo del Madrid, donde se
agenció dos Copas del Rey, cinco
Ligas y tres Champions League: la octava, del curso 1999-2000, rodeado de una
talentosa generación que encabezaron Roberto y Raúl González; la novena, de
2002; y ‘La Décima’, de 2014, contra el Atlético de Madrid; la anotación de
Sergio Ramos al minuto 93 materializó su último gran título ‘merengue’.
La puerta grande se demora en figurar en
las estampas de despedida del Real Madrid, anteriores, y en principio, fueron
igual o menos solemnes. Un partido homenaje, años después de su salida,
reconoció los méritos de Raúl González. Una rueda de prensa, también, selló el
éxodo de José María Gutiérrez, ‘Guti’; vértices de un proyecto que rindió al
madridismo gratos dividendos a comienzos del año 2000. Por entonces, Iker
Casillas iniciaba su andadura de vanaglorio con el dorsal primero en la
camiseta, la que adornaría tribunas con el discurrir de los veranos.
“He venido a este gran estadio a despedirme de ustedes (…) pero no voy a
decir adiós, porque seguramente esto será un punto y seguido”. Lloró como los
hombres, como por cuando algo merece la pena. Llámese nostalgia, frustración,
tristeza o melancolía. Fueron lágrimas sinceras. Declaró que la Ilusión y las
muestras de cariño de la afición y de la directiva lusitana lo motivaron a
continuar su andadura futbolística en el país más longevo de Europa occidental.
“Haré todo lo posible para no defraudarles”.
“Momentos únicos e irrepetibles” vivió Casillas en el Real Madrid, donde
deja “grandes amigos”. “Hemos sufrido, reído, llorado, disfrutado juntos; me he
sentido acompañado en los buenos y en los malos momentos. Este club me ha
formado como persona, me ha ayudado a crecer inculcándome los valores de su
escudo: el respeto, el compañerismo y la humildad”. Casillas, quien debutase el
12 de septiembre de 1999 frente al Athletic Club de Bilbao, en el estadio de
San Mamés, tiene una memoria privilegiada, y los pequeños grandes detalles son
los que evocará constantemente lejos de casa.
Con la voz entrecortada recordó a sus entrenadores, “a todos”, insistió, de
los que dijo haber aprendido siempre. Agradeció el esfuerzo de su “padres y
familia, que con sueños y desvelos” le ayudaron a “emprender este camino”.
“Sobre todo”, hizo hincapié, “a mi mujer y a mi hijo”.
Así como
protagonizó honores de ensueño, de igual manera se vio inmerso en claroscuros,
como en las seis temporadas seguidas en las que el Real Madrid fue incapaz de avanzar
a los cuartos de final de la Liga de Campeones, o en el año 2004, por ejemplo,
cuando lo perdió todo en pocos meses: la Liga, la final de la Copa del Rey ante
el Zaragoza, y la Copa de Europa, en cuartos, contra el Mónaco.
“Repetiré unas palabras que he dicho en algunas entrevistas cuando me lo
han preguntado: Encima de recordarme como bueno o mal portero, sólo espero que
la gente se acuerde de mi como buena persona”.
Al margen de las discrepancias deportivas y morales que haya propiciado
prolongada estancia en el Real Madrid, no cabe la menor duda de que el Bernabéu
tendrá que acostumbrase pronto a lucir muy distinto sin Iker Casillas
salvaguardando la impoluta cabaña blanca. “Allá adonde vaya”, avisó, “seguiré
gritando Hala Madrid”. Se marchó un ídolo… comenzará su leyenda.
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